miércoles, 28 de septiembre de 2011

Marajó, evangelizando los ríos




En la cuenca amazónica de Brasil, concretamente en la desembocadura del colosal río Amazonas, se encuentra la misión de Marajó, donde la provincia de Santo Tomás de Villanueva está dando lo mejor de sí, continuando una larga historia de evangelización, en la construcción del Reino de Dios, en la mayor isla fluvial del mundo. La prelatura de Marajó fue creada por el papa Pío XI el 14 de abril de 1928, con el motu proprio “Romanus Pontifex”. Actualmente Marajó tiene unos 310.000 habitantes y una extensión territorial aproximada de 80.000 km².




La prelatura de Marajó fue creada por el papa Pío XI, el 14 de abril de 1928, con el motu proprio “Romanus Pontifex”.Marajó, más que una isla, es un archipiélago. Son cientos de islas y de ríos. Por ejemplo, una de ellas, la isla Caviana, tiene aproximadamente 100 Km. de largo por 50 Km. de ancho. Aquí existe una exuberancia de agua y de selva. Sus innumerables ríos son las carreteras y el medio normal de transporte son las embarcaciones. De las 9 parroquias de la misión, 7 tienen su propio barco para realizar los trabajos pastorales en las comunidades eclesiales de base diseminadas por la selva.  Desde que su primer obispo, monseñor Gregorio Alonso, tomara posesión de la misión en Soure el 19 de octubre de 1930, después administrada por monseñor Alquilio Alvarez, hasta el día de hoy, que está siendo gobernada por monseñor José Luis Azcona, también agustino recoleto, mucho camino se ha recorrido, muchos objetivos han sido alcanzados, si bien es verdad que todavía queda mucho por hacer, hasta que Marajó llegue a ser una Iglesia particular, capaz de caminar con sus propios pies. Haciendo un poco de historia, quiero recordar que la Santa Sede entregó a los cuidados de la provincia de Santo Tomás de Villanueva esta misión de Marajó, tres años después de que la misma provincia recibiera la Misión de Lábrea. Este hecho habla mucho a favor del espíritu misionero que existía en la provincia y que debe continuar vivo, contribuyendo así a esa rica historia misionera de la Orden. Es innegable el gran número de misioneros aquí enviados y el importante trabajo pastoral que fue realizado y continúa realizándose.  Podíamos dividir la historia de la prelatura de Marajó en dos etapas. La primera etapa va desde su creación hasta 1977. Y la segunda, desde ese año hasta nuestros días. ¿Por qué el año 1977 divide en dos períodos la historia de Marajó? ¿Qué aconteció de extraordinario en ese año? Fue la entrada en Marajó de esa brisa agradable que son las comunidades eclesiales de base. 1930–1977, las “desobrigas”  Los misioneros desde el primer momento tuvieron que enfrentarse a muchas dificultades. Fue para ellos un gran desafío encontrarse con la inmensidad de los ríos, la espesura de la selva, la dureza del clima, la pobreza, las enfermedades tropicales, el analfabetismo del pueblo, etc. Comenzaron su trabajo pastoral al estilo de la época: catequesis, predicación y sacramentos. Podíamos decir que era una Iglesia que daba prioridad a la administración de los sacramentos. Los misioneros no permanecían en la sede de los centros de misión, esperando que el pueblo llegase allí. Ellos se sentían también enviados a ese pueblo disperso por la selva de cuya salvación debían preocuparse.  Inspirados en la parábola del buen pastor, los misioneros iban hasta ese pueblo perdido en la inmensidad de los ríos y de la selva, realizando las famosas “desobrigas”, en las que los fieles recibían los sacramentes y quedaban libres del peso de la obligación de recibirlos anualmente. El pueblo católico que vivía en la selva esperaba a los misioneros en puntos ya establecidos habitualmente. Normalmente los encuentros eran realizados en las casas de familias amigas y colaboradoras con los misioneros, que acogían con mucho cariño a los padres y al pueblo. Los fieles llegaban navegando por los ríos en pequeños barquitos a remo, aguantando el sol, la lluvia, las tormentas, el hambre y otras cosas más. Y los misioneros se enfrentaban a dificultades todavía mayores, ya que los viajes duraban bastantes meses. El medio en el que viajaban los primeros misioneros era el barquito a remo. Posteriormente incorporaron la vela, siendo ya ayudados por el viento.  Aquí en Marajó, durante los seis meses de las lluvias, llueve mucho. Durante los meses secos del verano el sol es muy fuerte. Cada viaje que los misioneros realizaban estaba rodeado de muchos peligros. Imaginemos el sufrimiento del misionero enfermo, que se encuentra a muchas horas de distancia de la ciudad. Los misioneros que trabajaron en Chaves tuvieron que desafiar también la “pororoca”, las fuertes marejadas del Amazonas, etc. Los actuales misioneros reconocemos con gran admiración la vida heroica de los misioneros de la primera época de las “desobrigas”. Ahora nuestros barcos son más confortables y seguros. En los dos centros de misión en que no se utilizan los ríos para el trabajo pastoral, las carreteras han mejorado bastante. Las ciudades están mejor dotadas, en cuanto a médicos, medicinas, etc. Y también los peligros son menores. 1977–2009, comunidades de base  ¿Y por qué se llaman comunidades eclesiales de base? ¿Cuál es el significado de esas palabras? Pues bien, son comunidades porque sus miembros realizan la convivencia y la participación. Ellos se reúnen, se conocen, viven la fraternidad cristiana, comparten, se sienten amigos. Ponen en común su fe, sus talentos, su tiempo. Se ayudan y caminan juntos. Son eclesiales, porque se sienten Iglesia, Pueblo de Dios. Viven en comunión con los pastores. Celebran los sacramentos. Se sienten comunidades misioneras, enviadas para evangelizar. Son comunidades de base, porque sus miembros son personas humildes del pueblo. Muchos de ellos son “caboclos”, analfabetos, gentes sin cultura, pero con una gran sabiduría que les permite conocer el misterio de Dios. En ellas no existe discriminación por ningún motivo. Cada comunidad étnicamente hablando es como un arco iris: una mezcla de colores diferentes en una maravillosa armonía de aceptación, entendimiento y comunión. Todos encuentran un espacio para opinar, realizar trabajos, descubrir los propios talentos y colocarlos al servicio de los hermanos. Como nos dicen los obispos de América Latina y del Caribe: “En las pequeñas comunidades eclesiales tenemos un medio privilegiado para la nueva evangelización y para conseguir que los bautizados vivan como auténticos discípulos y misioneros de Cristo” (AP 307). 


     Iglesia de Afuá.Justicia, denuncia y martirio  Este hecho, pastoralmente muy importante, aconteció como consecuencia de la reforma posconciliar. Por ese año los padres Jesús Cizaurre y Juan Antonio González implantaron las comunidades eclesiales de base en Afuá. Inmediatamente las otras parroquias: Breves, Portel, Anajás, etc. abrieron sus puertas a las comunidades. Con ellas entraron en Marajó aires renovados de vida eclesial. Era una forma diferente de ser Iglesia.  Las comunidades estaban ya extendiéndose con mucha fuerza por América Latina, teniendo el concilio Vaticano II como fuente de inspiración. Y al mismo tiempo presentaban a la Iglesia como Pueblo de Dios, en la que los seglares iban descubriendo el importante lugar que tienen en la Iglesia, con todos sus derechos y deberes. Era como una vuelta a los orígenes, a las raíces.  Era la Iglesia como aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles: una Iglesia-comunidad. Las comunidades expresan una Iglesia más fraterna, alimentada con la palabra de Dios y con la Eucaristía y presente en la vida social. Una Iglesia misionera y profética, que anuncia y denuncia. Y por eso una Iglesia perseguida, bañada en la sangre de muchos mártires. Una Iglesia en la que los mismos seglares ocupan su espacio, siendo muy sensible a los valores de la fraternidad, de los derechos humanos, la justicia y la paz. Y una Iglesia con una opción preferencial por los pobres. Del “yo” al “nosotros”  Este modelo de Iglesia, fundamentado en las comunidades, corresponde a esa Iglesia soñada por Jesús, en la que la fraternidad es un valor muy importante. Es un tipo de Iglesia diferente. No es la Iglesia del yo, sino la Iglesia del nosotros. No es la Iglesia, en la que yo procuro salvarme. Es la Iglesia en la que procuro salvarme junto a mis hermanos, la Iglesia en la que cada uno se empeña con la salvación de los otros. La Iglesia en la que todos sus miembros actúan en el mundo como discípulos y misioneros de Jesús. No es la Iglesia en la que los seglares son espectadores de los trabajos, sino la Iglesia en la que los seglares son protagonistas y asumen sus propias responsabilidades. Y las parroquias no sólo son lugares de culto, sino también escuelas de fe y de evangelización. Son también familia en la que todos se sienten hermanos y viven como hermanos.  De esta forma cada parroquia intenta ser una comunidad de comunidades. O sea, una gran comunidad, porque en ella funcionan pequeñas comunidades. Pues bien, la vivencia comunitaria es uno de los ejes que deben ser procurados en la Iglesia, siguiendo las palabras de los obispos brasileños: “Nuestros fieles procuren comunidades cristianas, donde sean acogidos y valorados como hermanos. Es necesario que nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsables en el crecimiento de la misma. Esto les proporcionará un mayor compromiso y entrega a la Iglesia” (Ap 226 b). Todos los misioneros que trabajan en Marajó tienen la satisfacción de declararse convencidos y entusiastas de las comunidades eclesiales de base, cuyo número aproximado actual es de 500. Clero nativo 





Después de 79 años de duro trabajo pastoral en Marajó, muchas metas se han conseguido y otras muchas faltan por conseguir. A pesar de que son muchas las dificultades, los misioneros son conscientes de que el desafío es muy grande y este trabajo que debe ser realizado por todos no puede parar. Hoy la misión camina con paso firme para que un día no muy lejano sea elevada a diócesis. Para lo cual ocupan un papel importante los dos seminarios que funcionan en la prelatura. El seminario menor está en Soure, que es la sede episcopal, y cuenta este año con 11 seminaristas. Y el seminario mayor funciona en Belém con 7 seminaristas. 


Además la prelatura cuenta con un candidato que ya acabó los estudios eclesiásticos y está esperando ser ordenado diácono. Asímismo está organizada la pastoral vocacional con un padre dedicado exclusivamente a este trabajo. A partir del año 1990, en el que fue ordenado el primer sacerdote nativo, el peso de la evangelización está siendo llevado conjuntamente por los agustinos recoletos y los sacerdotes diocesanos. Actualmente la prelatura cuenta con 10 sacerdotes diocesanos y diez agustinos recoletos que atienden 9 parroquias y los seminarios menor y mayor.  Poco a poco los sacerdotes diocesanos aumentan y van asumiendo parroquias. El pasado mes de abril la Orden de Agustinos Recoletos entregó al obispo la parroquia de Afuá, por la que han pasado a lo largo de 63 años 30 misioneros recoletos. Hasta hace poco más de una década todas las parroquias eran administradas por los agustinos recoletos. Ahora la realidad es diferente. Lo cual es una buena noticia, porque justamente esa es la finalidad de la misión: llegar a ser una Iglesia particular bien constituida, capaz de caminar con sus propios pies, capaz de ser conducida por sacerdotes nativos en su mayoría. A pesar de que las cosas están bien encaminadas, todavía tienen que pasar algunos años para que esto suceda.  La vida religiosa también está presente en Marajó. Además de los agustinos recoletos, trabajan aquí las Agustinas Misioneras, las Hermanas de la Providencia de GAP, las Hermanas de Santa Ana y las Hijas de la Divina Gracia. También están presentes en Marajó varias comunidades de vida de la Renovación Carismática.  

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